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viernes, 19 de agosto de 2016

David

El rey David caminó sin fin, buscando una reina para su reino, peleó con gigantes y horribles monstruos, anduvo y anduvo de un lado para otro, conoció tiranos que molestaban a doncellas y él defendía siempre su honor. El rey cansado volvió a su palacio pues no encontró ninguna princesa para desposar, ninguna cumplía sus expectativas…
En su lecho de muerte una de sus doncellas permanecía a su lado llorando, diciendo en voz baja “mi rey yo siempre te he amado pero no merecía tu amor por no ser una princesa, no quiero dejarte sin antes haberte besado, yo siempre te he amado, siempre te he amado…” su voz perdía fuerza entre el llanto. Acercó sus labios a los suyos y los besó suavemente, acarició su mejilla con delicadeza mientras derramaba lágrimas sobre su rostro. El rey estaba paralizado, nunca la había visto, estaba ciego buscando una princesa de nombre cuando siempre tuvo lo que pudo haber deseado frente a él. Tomó su mano con fuerza, tanto que la lastimaba un poco, habría deseado tanto tenerla de compañera, en su memoria estaban todos los esfuerzos que ella hacía por él, que en todo momento estuvo a su lado, pero no podía pronunciar palabra, sus labios estaban sellados, se limitó a verla y a tomar su mano, sus lágrimas acariciaban su mano hasta que la vida del rey David a su fin llegó.

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