Kratos los miraba, siempre con esa mirada fría y despectiva,
todos ellos le odiaban, lo sabía, pero a él ya no le importaba, nunca le
importó. En su mente maquinaban cosas que nadie podría entender y que nadie
nunca sabría y entonces en medio del pueblo abrió sus alas abanicando con
fuerza para provocar terror, los gritos le extasiaban, parecía dibujársele una
sonrisa macabra mientras escupía fuego de ese horrible hocico. Y entonces… en
ese ardor se sintió un terrible frío, Kratos sintió derramarse la fuerza a
través de su sangre que escapaba cruelmente de su pecho, una lanza le
atravesaba el corazón. Intentó extender sus alas y volar pero aquel cobarde que
le había herido ahora le lanzaba flechas, aminorando su fuerza pero él no se
daría por vencido, con todo su odio se abalanzó contra aquel gruñendo y
lanzando fuego. Kratos murió con un horrible gesto demoniaco de satisfacción,
aquel que le hirió también murió agonizante en las llamas y más de medio pueblo
se destruyó.
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