Me escondo entre las paredes y las
sombras, bajo el manto negro de mi túnica rota; me escondo de mis sentimientos,
huyo desesperadamente de ellos; no quiero que vuelvan a mí los pensamientos,
¡no quiero!, quiero que se aleje el llanto y el sufrimiento.
Bajo una máscara de carcajadas guardo mi
apariencia, mientras los crueles gusanos me carcomen por dentro y la desgracia
burlesca se mofa de mi pena y me mira plena, como si estuviera celebrando su
victoria, pero aún no ha triunfado (eso espero), aún no me he rendido y aunque
cobardemente me he escondido, es mejor que morir al frente por no parecer un
cobarde malparido. Prefiero aguardar la calma, refugiarme de todo hasta que
pase la tragedia, así es mejor, así curaré mi corazón bajo mi capota negra,
cubriéndome el rostro y toda mi pena, vagando sin rumbo como si mi alma ya
estuviera muerta; agonizante en realidad, pero después no dejarla morir y
renacer en una vida nueva; mientras, el dolor se desencadena y corta internamente
huesos y arterias; desangrándome por dentro sin que una lágrima se vea, tal vez
no logre sobrevivir y mi cuerpo despedazado volver no pueda, tal vez estoy
esperando un milagro y solamente esté alargando el dolor y la tristeza, pero
todavía queda ese pequeño pedazo de esperanza: probabilidad, ese pequeño sueño
de que el dolor desfallezca y mi alma eternamente no duerma con los puñetazos
sangrientos que me desvelan y con esos terribles dolores de cabeza que me
flagelan y hacen que a solas me desvanezca y el llanto libre esté a su cuenta,
pero no más, porque su recuerdo no vivirá por siempre o tan sólo me esconderé
para que todo parezca bien y nadie se dé cuenta.
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