Le miraba cada día en esa cafetería a la misma hora, siempre
esperaba por ello. Uno de esos días ella me miró y sonrió, yo me acerqué siguiendo
esa sonrisa, la saludé, me presenté. Pasamos un rato agradable, demasiado, casi
como un sueño. Tras las palabras y las risas, entonces yo pensé: ¡Gracias, Dios
mío, por el don de la palabra que aunque nos puede separar algunas veces, es
más posible que nos una a nosotros las personas, que regalo tan grande y
maravilloso nos has dado!
Nunca lo olvidé, sigo
agradeciéndolo todavía junto a ella, mi esposa.
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